domingo, febrero 27, 2011

El Chico y el León y el Azabache


El Chico y el León llevan muchisimos años conmigo. El primero, el perrillo de la izquierda es un bendito gruñon y un mimao. El León, el perro de la derecha es un dulce y amoroso ser. Al Chico lo recogí un agosto mortal de calor en Sevilla, cuando iba en traje y corbata empapado de sudor. El Chico tenía las plantas de los pies quemadas por el asfalto ardiente, y mordía a todo el que se le acercaba. El León era un perro huidizo, también abandonado, que veía una y otra vez por el pueblo cerca de donde vivía en aquellos años,  y  cada día tras verle,cuando volvía a casa, me perseguía la imagen del perro, e intuía que algo le hacía sufrir más de lo normal. Por fin un día, y tras lograr acercarme, pues siempre huía, le pude coger, y al palparle el cuello, me di cuenta de su sufrimiento, pues tenía un cable de acero a modo de lazo lacerante  asfixiandole.

Como digo llevan muchos años felices a mi lado, compartiendo mis andanzas, y por fin han encontrado su sitio junto a mi en Beas.

El Chico es al único que permito que duerma en casa, y ahora ya es un perrito viejito que no ve mucho y está lleno de achaques, pero su carácter indomable, su mal genio maravilloso lo sigue conservando y eso me encanta. Se le riza muchisimo el pelo, que le crece bastante, y ahora en primavera hay que empezar a cortarle los rizos, pues parece Chewbacca, de la Guerra de las Galaxias.

El León sigue siendo el perro dulce como un osito de peluche al que no le gusta meterse en ningún lío y compartir sus momentos con otro perrillo de la manada, el Azabache.


El Azabache, el perrillo ahí "tumbao" comparte sus momentos con el León. Le recogí como digo en la Marisma, de cachorro. A pesar que tenía pocos meses cuando lo cogí, es decir no era adulto, como el Chico o el León, ya estaba completamente traumatizado. En estos años no se ha dejado acariciar, ni he podido acercarme a él. Pero me quiere mucho y cuando me ve se pone muy contento, pero la mano humana le aterroriza, y nuestra relación es por vibración, por un sentir donde no hay tacto.
Su amigo del alma es el León, siempre juntos y siempre compartiendo. El Chico es más solitario.

He aprendido muchisimo de mis compañeros estos años. Cuando lo digo sorprende, pero se lo que digo, y mucho de lo que soy también es gracias a ellos.

Resulta curioso que como humanos nos sintamos especiales, pero somos animales, y seres vivos, y los animales también son especiales y seres vivos. Sólo cabe encontrar el punto de comunicación y de relación amistosa y amorosa para crecer juntos en todos los sentidos. Creo que en el momento que dejemos de ser tan depredadores, y podamos ser más amables con los seres que viven junto a nosotros en esta tierra tan hermosa, algo cambiará.


Los Ronaldos - Azul Blues

Coque Malla - No puedo vivir sin ti



sábado, febrero 26, 2011

El mar y el camino, el niño y la gaviota.


Cuando era niño vivía cerca del mar, del  mar Pacífico, y mis padres me llevaban junto con mis hermanos a la playa, y allí estaba todo el día jugando en la arena. Igual que los niños aquí en Huelva cuando van a Punta o al Portil o a cualquier otra playa. Y lo mismo que ellos, era inmensamente feliz jugando con la arena y con el agua, y sintiendo a mis padres cerca, permanentemente atentos a mí, o jugando conmigo o dandome carrantoñas.

 Ahora de adulto, me gusta mucho andar por la playa, sentir el tacto de mis pies en la arena, ver las nubes tan cerca dejando a ratos pasar el sol, y sentir la brisa,ver el horizonte, sentir el "calorsito" bueno en mi piel. Ver a la gente disfrutar, parejas tumbadas en la playa, familias, amigos, personas andando.  

En el Pacifico hay muchos surferos, pues es un mar con mucho carácter, aquí en inverno también hay surf pues hay más olas que en verano. De niño me quedaba mirando las gaviotas, me alucinaba su cuerpo blanco y grande, sus gritos y su chulería, y veía a los surferos correr las olar inmensas dentro de un tubo de agua, y alucinaba  que ¿cómo era posible volar sobre las olas?, era como las gaviotas, que volaban por el cielo.

Cuando paseo por la playa, todo me trae a mi niñez y eso me llena de felicidad, y me hace disfrutar de mi presente sintiéndome el niño que fui entonces.

Del yoga me gusta como nos va quitando capas y capas de ego orgulloso y adulto, y me permite surfear como un niño encima de una ola sintiendo mi respiración, viviendo la vida muchas veces como un niño, pues un niño siempre es puro corazón, y el yoga es un viaje de la cabeza al corazón.

El mar me recuerda la existencia, donde nada se puede controlar, salvo que encuentres el modo de surfear por la vida con el corazón en la mano, sintiéndote libre por momentos, sin miedo a ahogarte. Sintiéndote un ave, allá en lo alto, atento a la vida de un modo relajado, sin dañar, amando el vivir, respetando a los seres que la pueblan y siendo un ser pacifico.

Unos llaman al surfear con el corazón Dharma, otros el camino del Tao, los de allá la Vía.


 Del pensar al sentir, del luchar al aceptar, de la competencia al ceder, de la insensibilidad al amar.


The Beach Boys - Surfin' USA


Poema primero del libro de
Lao Tse, "Tao Te Ching"

I

El Tao que puede ser expresado

no es el verdadero Tao.

El nombre que se le puede dar

no es su verdadero nombre.

Sin nombre es el principio del universo;

y con nombre, es la madre de todas las cosas.

Desde el no-ser comprendemos su esencia;

y desde el ser, sólo vemos su apariencia.

Ambas cosas, ser y no-ser, tienen el mismo

origen, aunque distinto nombre.

Su identidad es el misterio.

Y en este misterio

se halla la puerta de toda maravilla.


 

























































sábado, febrero 12, 2011

Plantando olivos y recogiendo su fruto



Hoy estuve plantando olivos, pequeños arbolillos con pequeñas aceitunas. Ha hecho un día maravilloso. La primavera se deja ya sentir, se atisba y la pradera estaba llena de florecillas, sobre todo margaritas; los pajarillos también parecían felices y no dejaban de cantar. Han sido buenos días para plantar arbolillos: los olivillos, un nogal, un naranjo y un laurel.

La tierra estaba todavía mojada de las lluvias de invierno y se dejaba trabajar fácil, tenía de todas maneras que ir lentito para no cargarme el azadón, que no estaba en muy buenas condiciones, cada dos por tres se salía el azadón y con la machota –un martillo grande-golpeaba al compás para volverlo a meter en el palo, su sonido metálico al golpear repercutía en el silencio del día, sólo interrumpido por el canto de las gallinas del vecino poniendo huevos. Da gusto sentir la tierra tan fresca para plantar, pues según avanzan los meses se va endureciendo hasta ponerse dura como la piedra.

Y fui plantando los arbolitos junto con una guía, que era un palito recto al cual ataba el olivillo, que suelen venir del vivero  con el tronco muy doblado.

Hice todo muy despacio, dedique un par de horas largas, haciendo mis paradas, oliendo el campo, llamando al Prana y al Poirot para acariciarlos. En definitiva disfrute mucho y reflexione sobre el tiempo que tarda un olivo en dar su fruto, en el cariño que hay que poner al arbolillo, lo importante del enraizamiento, del agua, del sol, de las diferentes estaciones que vería el olivo haciéndose cada vez más fuerte, con sus raíces más amplias que se alimentan y procesan toda la savia, creciendo hacia el cielo, hacia la vertical teniendo muy claras sus bases, desde donde crece.

                                                                  

Y me vino todos estos años de dedicación al yoga, a los alumnos. Y todo el amor y tiempo que me han dedicado ellos. Y esa fluidez en dos sentidos, y como hemos crecido juntos. Y como el fruto ya está maduro, como nos encontramos enraizados y juntos, enmarañados en sentires.

Y todo eso me hizo muy feliz. Todo ha sido un viaje en evolución, en conocernos, en disfrutar juntos de la mano. En las clases nos hemos mantenido unidos, asistiendo semana tras semana, mes a mes, año a año, aprendiendo unos de otros, profundizando hacia el corazón.

Y también la satisfacción de aquellos alumnos y alumnas que han decidido ahondar en el yoga: abiertos, felices, constantes en su trabajo interior. Ninguno hemos tenido prisa, ni antes ni ahora, y por ello el fruto de todo es muy rico, es un fruto abierto a la vida, a una evolución común.

                                                                    

El buen aceite del olivo tarda años en dar todo de sí. Luego es un néctar que luce al sol. Para que el arbolillo de un hermoso fruto: hombre, tierra, sol, aire, lluvia, y demás elementos se conjugan amablemente de la mano.

Seguí martilleando el azadón cada vez que se salía, el sol me quemaba, y me paraba a ratos a sentir el silencio de mi corazón, pleno del canto de las aves en esta primaverilla y miraba allá en lo alto al mastín, a Thor mirarme vigilante sentado apaciblemente, equilibradamente, con una armonía en el gesto y con un pan entre los dientes.





Sin Miedo -Rosana
                                                                 

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