sábado, diciembre 27, 2014

Sin calma no hay yoga













En el yoga vas comprendiendo, vas aligerando, vas encontrando. Surge y surge el asombro, la certeza, la certidumbre. Te ves sintiéndote, te sientes amándote. Volatizan las complicaciones, aceptas lo que es, te adaptas siendo. Abierto ofreces la semilla, pero cada uno es responsable de que fecunde. Solo eres. Y el otro eres tú, pero también es él. Trabajas internamente para transformar fronteras, te rindes para aprender a vivir abierto.

Decíamos hace un par de semanas en clase que sin calma no hay yoga. El yoga nos ha de llevar a la calma, pues es a partir de ahí desde donde podemos descubrir nuevos espacios o pueden florecer otras cualidades inherentes a nosotros.

Alcanzar la calma no es fácil, es un camino tortuoso por sus dificultades, pero, una vez abierto un caminillo y uno se pone andar, todo se ensancha y va surgiendo la comprensión.

Por un lado, tenemos el cuerpo, por otro lado, la mente, y un tercer aspecto es la respiración. Empecemos con que hay que aprender a relacionarnos con ellos y calmarlos.

El cuerpo hay que aprender a vivirlo, a vivenciarlo, a que forme parte de nosotros, pues normalmente tenemos una imagen del cuerpo pero no lo habitamos. Superado este escollo, hay que hacerse amigo del cuerpo, unificar lo fragmentado, relajarlo,  pacificarlo, ponerlo en su justo lugar,  que sea un lugar común de uno pues vive con uno.

La mente es la confusión, son pensamientos, emociones. Vectores que entran y salen sin parar. Nubecillas por aquí, nubecillas por allí y, dentro de las nubecillas, emociones. Aquí el dicho sería: "¿quién maneja el caballo: el propio caballo o el jinete?". Es importante comprender que la mente no es el amo. Hay que enseñarle muchas cosas importantes, por ejemplo, el silencio, la pausa, para que no hable tanto internamente. También hay que ponerse en contacto con un "observador", que es quien en principio observa esa mente y nos da perspectiva. Es decir, tiene que ir surgiendo internamente una capacidad de discernir que no solo surge de la mente.

La respiración es la voluntad integradora, la inteligencia divina que recorre el espacio interior. Ella lo comprende todo y te lo dice. Hay que aprender a interpretarla, a expandirla, a sentir la vida en ella. Y resulta esencial crear una armoniosa relación de tú a tú, pues es ella la que abre los caminos, los espacios y es el puente entre la mente y el cuerpo. Es lo que alimenta el eje integrador.

Supongamos, entonces, que ya hay cierta calma. La mente, aquella que se creía la dueña, ya no lo es, y hay espacio interno, y tampoco hay tanta confusión. Entonces se hace más patente el sentir, el corazón, el centro del eje. Un corazón que comparte tu cuerpo que, a su vez, mediante la respiración comparte el mundo que sientes, la vida que palpas y que siente a su mente dulce.

En calma la vida es más dichosa, más completa, más integradora.
En calma uno es creativo, abierto, amable, divertido.
En calma uno anda centrado sin desperdiciar las energías en embrollos inútiles.
En calma uno es semilla de lo que es y nacen y nacen flores para ser más, siendo.

"En calma siento mis pies desnudos en la arena,
el mar dentro de mí,
el viento que me acaricia,
las olas, su sonido, pausado y constante.
Mi cuerpo se abandona a la escucha de ser,
¿es mi respiración el mar?

¿Es el mar mi conciencia?"



The Commodores-"Easy"

Artículo escrito por Carlos Serratacó 
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva


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