martes, mayo 09, 2017

Paciencia y abandono en yoga

Paciencia y abandono en yoga


Muchas veces ando por Huelva con Alba, paseamos por un parque cogidos de la mano.
-Vamos a parar -le digo, y los dos nos detenemos-. Ahora escucha, dime: ¿dónde oyes el pajarillo que se ha parado a cantar?
Alba señala a un árbol a su derecha.
-Papá, canta ahí.
Seguimos andando por el parque, hay un murmullo permanente de pajarillos que vuelan alborozados, el cielo está azul, y nuestras pisadas sobre la hierba van acompasadas a pesar de que Alba solo tiene cuatro años.
-Para de nuevo. Escucha: unas crías de pajaritos- le digo-. Escucha, pían sin parar.
Alba mira en todas las direcciones. El parque se encuentra lleno de árboles frondosos de hojas de un verde refulgente.
-Venga, vamos despacio -y andamos sigilosos, atentos, despiertos, pacientes-. ¿Oyes un pío pío pío seguido, que no para? Esos son los bebés de los pajarillos.
-Papito, sí lo oigo -me dice, y juntos de la mano, nuestros pies pacíficos pisan la tierra en busca del misterio. Nos detenemos debajo de un árbol, hemos recorrido un buen trecho en una lentitud sigilosa y gatuna, erguidos y vivos.
-Mira, Alba, su papito y su mamita se van turnando para darles de comer, mira cómo no paran de volar. ¿Sabes hija? Cuando las aves se aman, no se separan y son símbolo de amor desde hace muchos, muchos años.
Y Alba aprende, y yo también.

Un mundo de prisas, una realidad devoradora de tiempo, unas expectativas inmediatas. Todo comulga para vivir la impaciencia de vivir. En yoga aprendemos del silencio, pues en el silencio se oye el latir de la vida. En yoga aprendemos la calma, que nos ayuda a vernos y a ver, a sentir y ser sentidos.
Del silencio y la calma podemos cultivar la paciencia, sobre todo cuando reina la impaciencia. La paciencia supone un aprendizaje continuo del acto de vivir pues sin ella no vivimos en nosotros en plenitud.
A mí me sorprende mucho del mundo en que vivimos donde habitualmente la vida tiene que ser rápida. Reflexionándolo a bote pronto, resulta que tiene que ser rápida para pasar a otra cosa de un modo raudo.
Estoy en cualquier cola del banco, de la tienda, de donde sea y me irrito si no avanza, y mientras tanto miro con mirada fija a quien atiende, presionando. Si voy en el coche y el coche que se encuentra delante va lento, le pito y le insulto pegando mi coche al suyo para que se aparte. Si alguien desea profundizar en algún curso de yoga, me preguntan ¡si doy algún curso para ser profesor en una semana! Si caigo enfermo, no acepto la situación y solo quiero volver al lugar donde estaba, que era cuando no estaba enfermo. Si quiero tenerte entre mis brazos y no te tengo, me frustro ante la expectativa no cumplida. En casa, el microondas me ahorra tiempo. El ordenador tiene que descargar rápido. Las vacaciones tienen que llegar ya, y cuando llegan, a ver si se acaban que no sé qué hacer. Si escucho a alguien en un diálogo, corto el diálogo para mostrar mi gran postura en el tema tratado. Las fotos, los chats instantáneos en el móvil me permiten permutar en varios roles a la vez donde rápidamente adopto varios personajes. Y a ser posible que este artículo sea corto para leer que no tengo tiempo.
A mí me gusta la paciencia, y trato de mirar mi impaciencia para profundizar en los pilares de lo que soy. Me dejo hacer, me dejo vivir, intuyo que la vida se encuentra llena de señales y que mi impaciencia, al reconocerla educa mi paciencia, y educada esta -unas veces con más éxito, otras veces con menos, pero habitualmente con el eje colocado para escucharme-, aprendo y crezco. No es nada fácil, pero bueno, me digo, lo importante es que reconozca que me encuentro impaciente. Luego me hago preguntas breves y sin proyección, sin bucles, por ejemplo, qué deseo, anhelo, resistencia, emoción... logran que me impaciente. Entonces le doy nombre, y en ese lapso, el del poner nombre, ya me he detenido. Al hacer solo eso, ya me he reajustado. Y a partir de ahí lo trabajo en mi paciencia lo mejor que puedo.
Ya reconozco en los lugares donde la paciencia ya se ha asentado, por ejemplo, en las colas; realmente las disfruto, si son muy largas, saco un libro y, si no, solo observo, y cuando llego a las persona que me atiende le doy los buenos días o buenas tardes o buenas noches y soy amable, pues debe ser terrible soportar la impaciencia durante ocho horas todos los días de personas y personas que atender. Al mostrarme amoroso reconozco su labor, quito el automatismo al acto, y convierto la relación en una relación mucho más humana y enriquecedora para ambos, y ahí fortalezco uno de los pilares de la paciencia, del amor a mí mismo, del amor al otro, del amor a la tierra que nos acoge. Creo que la vida en sí es paciente, y la tierra, y los planetas y el universo, pues para crear algo tan hermoso como lo que somos con toda la vida que nos habita, con la tierra, un diminuto insecto, un ave libre y hermosa, un sol que calienta y todo aquello que late en nosotros y nos rodea y vive, tienen que haber pasado muchos millones de años de paciencia.
Si conduzco, me encanta el carril de los lentos, y no añoro la meta. Si el ordenador no va rápido, lo apago, ya decidirá qué hacer cuando le apetezca cuando lo encienda. Si añoro tu abrazo, mi paciencia me colmará. Para el comer, compro poco, cocino poco, como poco, y lo hago con deleite. Y así, despacio, voy aprendiendo andando a ser paciente. Es importante sentirse ligero para ser paciente, pues la impaciencia pesa, y nos carga; en realidad son pompas de jabón, pues no tienen soporte firme a donde asirse.
Hay situaciones mucho más complicadas donde la impaciencia surge de una resistencia, por ejemplo, "me resisto a aceptar que la enfermedad me ha robado la vida". Ahí el trabajo de yoga ha convertido la frase en: "la enfermedad y el dolor me muestran lo mejor de mí y son oportunidades". Es decir, ante una dificultad mayor, la paciencia ha de estar acompañada de dosis de claridad, de calma, de lucidez, de saber ajustar qué quiere enseñarte la vida para ser mejor ser humano, y agradecer y agradecer a la vida, a las personas que te quieren, pues si hay calma y paciencia, día a día, todo va cambiando y uno va encontrando respuestas.
En yoga explico muchas veces el abandono. En la foto de arriba las alumnas realizan un uttanasana con plena conciencia de abandono y nos lo enseñan de un modo muy bello y profundo, es decir, vivo con el corazón y caigo hacia ti, tierra mía. Aparto la expectativa, suelto aquello que pesa, que me carga, y me dejo llevar. Y caigo, pero lo hago con la humildad de verme ligero, y ahí, la gravedad me lleva hacia la comprensión y me trae respuestas, pues no hay lucha, no hay demostración, solo es un trapo al viento de la vida, para buscar luego la vertical reconstruido en mí mismo, como si una mariposa naciera de una larva en ese crecer hacia la postura de tadasana, de pie, una mariposa de colores vivos para ver a la mujer y al hombre nuevo que han tenido la valentía de tener paciencia en abandonarse y vivir en corazón.
La paciencia es hermana de la tolerancia, reconociéndome me tolero en lo que soy y aprendo a amarme pacientemente, y así, aprendo que todo se hermana conmigo y aprendo a amar todo lo que me rodea, y aprendo a ser tolerante con mis semejantes y con la hormiga, pues, si mirara muy profundamente, me daría cuenta que todos estamos en lo mismo, somos lo mismo, nacemos de lo mismo y morimos en lo mismo.
Ali Farka Touré & Toumani Diabaté-"Debe live at Bozar" y "Sabu Yerkoy"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva, Mayo 2017

No hay comentarios:

Artículos más visitados

Amigos del Blog

Todos los artículos a un clic

Traslate